miércoles, 31 de octubre de 2012

Cambio del dirección del blog







Manteniendo el contenido, es decir, copiando y pegando, he cambiado el blog y me lo he llevado a Wordpress.
Me gustaría que me siguieras en la nueva dirección:
http://pielagodelecturas.wordpress.com/
Ahora hay una nueva reseña de mi última lectura: Hacia un saber sobre el alma de María Zambrano.
Mer Ville

martes, 16 de octubre de 2012

Purga de Sofi Oksanen




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Es esta una novela a la que no le falta de nada. Un contexto histórico bien precisado, una documentada reconstrucción de la época que va desde los olores a las revistas, pasando por cocina, cine, supersticiones, etc., y amor, celos, mentiras, secretos, herencias, asesinatos, desapariciones y violencia, contenida, explícita, imaginada, sufrida, deseada... Y simbología, desde las protagonistas (la Estonia ocupada y la Estonia exiliada a Siberia), a las moscas (el miedo), la muerte (Aliide, la mayor de las dos mujeres, llevando una guadaña cuando descubre a Zara, la joven), el amor platónico (Hans, estonio, encerrado, colaborador de los alemanes y a la espera de la llegada de los aliados). Tal vez demasiado.

       Levanta Sofi Oksanen un armazón literario que abarca desde finales de los 30 hasta 1992. La acción se desarrolla en Estonia, país que la autora conoce, no solo por vecindad, sino porque su madre procede de allí y comenta en sus entrevistas haber visitado a sus familiares en el koljós. Nos cuenta que a su tía y a su prima les ocurrió algo similar: vieron un bulto a lo lejos y al acercarse observaron que se trataba de un hombre al que dieron cobijo, siendo delatadas posteriormente por alguien que estaba mirando. También tuvo acceso a informes de la KGB de los cuales incluye algunos extractos, aproximados, al final.

       Dos mujeres se encuentran. La mayor Aliide ayuda a una joven que se arrastra hacia su casa. Ambas tienen en común muchas cosas (mejor descubrirlas mientras se lee), pero, sobre todo, tienen en común el miedo y la vergüenza, ambos consecuencia de unas relaciones de poder abusivas que requieren del sometimiento y la humillación de la víctima. Esta violencia enlaza con su situación individual y con la del país, que en este ámbito señala directamente a Rusia y sus adláteres, durante y después de la Unión Soviética. Aliide es la Estonia antigua, vejada y engañada por los rusos. Zara, nació en el exilio de Vladivostok y, deslumbrada por las promesas de progreso en Europa, acaba, igualmente, explotada y anulada por dos chulos (de puta, sí) rusos.

       A lo largo de la novela, que tuvo su germen en una obra de teatro de la misma autora, se mezclan los tiempos, excepto en la segunda parte, donde, con el mismo esquema (fecha, lugar y una frase breve que alude a lo que pasa o deja de pasar -por ejemplo, Hans no le pega a Aliide-) la historia se va desgranando cronológicamente, sin saltos a 1991 o 1992. La última o quinta cierra los flecos argumentales que quedaban colgando y, de alguna manera, con la inserción de los informes, abre nuevos interrogantes sobre las distintas motivaciones que unían a las personas.

       Un trabajo intenso, bien estructurado, mas, se le ven mucho unas estructuras que, si bien sostienen la novela, dejan a los personajes planos. Una narrativa en tercera persona, rica en adjetivación y en metáforas que deja a los personajes principales, sobre todo a Aliide, sin una voz propia, sin apenas evolución. Es la misma Aliide en el 36 que en el 92, aunque sus actos cambien. La imaginación del lector puede buscar sus motivaciones, pero es en base al constructo de la novela, no a esa percepción que transmite un personaje que te confunde o te guía en sus emociones o en sus contradicciones. Probablemente en teatro, eso quede resuelto con unas buenas actrices, ya que indudablemente la obra tiene muchos aciertos, pero también demasiadas cosas: a veces es mejor renunciar a tantas ocurrencias o meterse de lleno en un novela más larga.





viernes, 5 de octubre de 2012

Hadji Murat de Lev Tolstói


Hadji Murat
de Lev Tolstói
Editorial Cátedra


Hadji Murat o Jadzhi -Murat fue un guerrero ávaro -de la zona del Caúcaso que limita con el mar Caspio por un lado y con Chechenia por el otro- cuyas hazañas le hicieron valedor del sobrenombre de “demonio rojo”. En los años 1851 y 1852, que es cuando transcurre la acción de la novela,  Tolstói vivía en aquella zona y era soldado. Cuarenta y cuatro años más tarde escribe esta obra que nace de su pluma el 19 de julio de 1896 en una anotación que transcribe a su diario. La contemplación de un cardo tártaro (según la descripción, lo más parecido a un cardo borriquero) le trae a la memoria a Jadzhi-Murat. (Es lo que tienen estos escritores tan prolíficos e integrales, que dejan constancia de una gran parte de lo que piensan, de lo que quieren, de lo que hacen.)

    Entonces, como ahora, Rusia estaba en liza con los habitantes de distintos países caucásicos -Chechenia, Daguestán, Azerbayán...- que querían mantenerse como un imanato y su principal cabecilla en Daguestán era Shamil, el perseguidor de Hadji Murat  Por otro lado, Hadji, en persa, “es el término con que se designa a quienes han peregrinado al menos una vez a La Meca. Constituye una dignidad religiosa y social.” Luego no cabe duda de que se trata de alguien relevante en la sociedad musulmana de la zona. No bien empezamos, reconocemos cuál va a ser el final del héroe. Héroe épico, sin duda. Tolstói arranca con su huida. Nos lo presenta refugiándose en casa amiga, pero en territorio ya enemigo y camino de entregarse a los rusos. En principio, no son unas circunstancias propicias para hacer prevalecer la dignidad, pero el cuadro que pinta con palabras, los silencios que expresa, las miradas de los que habitan la escena, dan sensación de fortaleza. En alguna parte de sus Diarios dice que es con las sombras con lo que quiere presentar la grandeza de Jadzhi-Murat.

    Y son veinticinco capítulos, si no veinticinco sombras, en esta novela tan cortita y tan perfecta. Algunos de dos páginas, otros, muy largos; como el que nos introduce en el palacio de Invierno de Nicolás I, una sombra enorme sobre el destino de los pueblos y de las personas, enorme y profundamente arbitraria. Capítulos poblados de personajes que llevan consigo su forma de ver a este caudillo y, también, sus circunstancias y sus propias inquietudes. Microcosmos que componen un macrocosmos y, polifónicamente, van apuntalando la imagen de Hadji Murat.

    Hasta bien avanzada la obra, no conocemos la historia del protagonista, que ha llegado hasta ahí como alguien emblemático. Él mismo la cuenta para justificar su rendición a los rusos. Y proyecta sus propios fantasmas. La novela avanza en distintos cuadros. Es como si Tolstói, tras un montón de miniaturas en un mismo lienzo, desvelase el mural de un hombre glorioso. Sabemos que va a morir y también sabremos de su muerte. Un montón de voces, medidas y afinadas, componen  el coro de alguien ya legendario. Y recuerda a Tolstói o lo que Tolstói quería representar. No son los adjetivos los que dibujan los personajes, son sus recuerdos, sus deseos, sus carencias, sus luchas. Y, en el caso de Hadji Murat, sus actos y su naturaleza (tal vez con mayúscula), como la del cardo tártaro.


    Muy, muy, muy recomendable. Un placer.


                        





martes, 25 de septiembre de 2012

Delicioso suicidio en grupo de Arto Paasilinna






Delicioso suicidio en grupo 
de Arto Paasilinna
Editorial Anagrama

 
El azar y un título acertado me llevaron a Arto Paasilinna. Ojear los lomos de la biblioteca de un amigo, leer el grupo nominal Delicioso suicidio en grupo y estar algo espesa hicieron que lo extrajera del estante. El título, cuanto menos, era un curioso oxímoron con paradoja, que merecía ser premiado con una hojeada. Y, además de ser de Anagrama y no tener una contraportada estúpida, mi amigo se apresuró a recomendármelo.

     Paasalinna nació en un camión mientras su familia se trasladaba forzosamente por ser originarios del territorio que Finlandia hubo de ceder a la URSS tras las llamadas Guerra de Invierno y Guerra de Continuación. Primero se dirigieron a Noruega de donde fueron expulsados, después a Suecia, de donde también fueron expulsados, acabando en la Laponia finlandesa. "He conocido 4 Estados diferente en mi juventud. La huida se ha convertido en una constante de mis novelas, pero hay algo positivo en ella, si ha habido antes combate"*. Su apellido significa “fortaleza de piedra” y lo acuñó el padre para desmarcarse del apellido de origen sueco que les correspondía. Arto Paasilina sólo habla finés, fue leñador y trabajador agrícola antes de retomar sus estudios y convertirse en periodista. Hacia los 70 empezó a escribir poesía y novelas.

     La obra comienza con la huida de la vida que, regularmente, en la noche de San Juan, llevan adelante los finlandeses (Finlandia tiene una tasa muy alta de suicidio). Un empresario gris y en bancarrota que se dispone a pegarse un tiro en un pajar encuentra allí a un coronel medio ahorcado a quien salva de morir. A partir de este encuentro, inician una relación que van ampliando con el objetivo, no se sabe muy bien si de demorar el final elegido, la muerte, o de hacerlo con más seguridad y firmeza. No desperdicia nada este "aguatragedias", definición que aplica el autor al único personaje que muestra amor a la vida y que define a la perfección su función de narrador en esta novela. A través de un anuncio y otras estrategias, el grupo va aumentando, pero no consigue encontrar el lugar adecuado para poner fin a sus vidas y acaba recorriendo parte de Europa y, de paso, cogiéndose unas buenas borracheras.

     Cada suicida tiene su historia, tragicómica a veces, a veces, directamente trágica. Dice el autor en una entrevista sobre sus compatriotas “Está claro que no son peores que los otros, pero siguen siendo lo suficientemente malos para tener sobre lo que escribir hasta el final de mis días”**. Pues bien, el libro es un buen memorándum sobre la actual Finlandia donde se despacha a gusto con su sociedad -no creo que quede nada por tocar-, haciendo que los abocados a la muerte, libres ya de las ataduras cotidianas, concluyan, en sus noches de alcohol y confidencias, que ellos “...están en una situación privilegiada comparados con sus compatriotas, a quienes no les quedaba más remedio que continuar con su existencia gris en su miserable país”. Consecuentemente, esta reflexión les hacen sentir sumamente felices. Un humor caústico, gamberro muchas veces, no siempre tan gracioso, sino amargo, mas siempre con un lenguaje medido, ágil, muy plástico. Una historia esperpéntica con una sólida lógica interna. El viaje fluye, las actitudes cambian lentamente al principio, mas rápidamente a medida que se alejan de sus circunstancias. El punto de vista es objetivo y distante. El retrato es coral, el devenir no siempre tan negro (aunque el humor sí lo sea). Sumamente respetuoso, pero mordaz, en ocasiones hilarante, aunque se trate del mismísimo momento del doloroso tránsito .

     Muy recomendable. Estupendo para relativizar: la cita que abre el libro es el proverbio popular “En esta vida lo que más importa es la muerte, y tampoco es que sea para tanto”. La segunda parte lo hace una autocita: “Con la muerte se puede jugar, pero con la vida no. ¡Viva!”. ¿Tesis y antítesis? Divertido e inteligente, a pesar de que su desenlace no sea todo lo iconoclasta que cabría esperar. Aunque visto el panorama, depende del día, es de agradecer.



* "J'ai connu quatre Etats différents dans ma prime jeunesse. La fuite est devenue une constante dans mes récits, mais il y a quelque chose de positif dans la fuite, si avant il y a eu combat."

** "Ils ne sont certes pas pires que les autres, mais ils restent suffisamment mauvais pour que j'aie de quoi écrire jusqu'à la fin de mes jours"

jueves, 6 de septiembre de 2012

La cena de Herman Koch


La cena
de Herman Koch
Editorial Salamandra



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Cuando, libro en ristre, te dispones a leer La cena, de antemano sabes el dilema que va a plantear. Solo hay que leer la primera frase de la contraportada: ¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? A la madre, omisión muy extendida,  no la mencionan, pero está muy presente en la novela y sus actos y actitudes no son banales en absoluto.

    El autor, holandés, actor y escritor, es un hombre de aspecto afable y relajado que pasa largas temporadas en España y que, basándose en unos hechos acaecidos en Barcelona hace unos años, escribe esta obra. Curiosamente, en la recién publicada Casa de verano con piscina, también parte de un hecho real, la acusación de violación contra Roman Polanski, y comenta, entre bromas, cuán divertido sería, si se hiciese una película, que la dirigiera él*.

    La narración es ágil y eficiente y se desarrolla a lo largo de una cena con aperitivo y propina. La conduce el padre de uno de los chicos, Michel, y la progresión de su voz es el mayor acierto de la novela: arranca como un individuo curioso, obsesivo, escéptico, por el que al principio es fácil sentir cierta simpatía. Un monólogo ácido que nos anuncia el drama que se va a desarrollar a través de la nostalgia que ya siente por una familia feliz y que brilla, con su sentido del humor, a costa de su hermano, el político moderno y progresista.

    A medida que avanza (traquil@s, no voy a contar la novela) su discurso va apuntando más y más al de un fascista cotidiano. De la madre sabemos por él, y sus reacciones están a la altura del marido.  La violencia, contenida o no, se va haciendo cada vez más presente.

    Es difícil, muchas veces, comentar sin contar, mas es una putada hacerlo. Leer tiene mucho de descubrir, pararse, retornar a las páginas anteriores, avanzar... Junto a la pregunta principal, ¿qué son capaces los padres y madres de hacer por sus hijos?, aparecen otras. Colaterales, sí, aunque importantes. Por ejemplo, el aborto y la adopción. Dice Herman Boch en una entrevista**: “Me gusta mantenerme al margen. Yo sólo muestro y describo para que sea el lector el que juzgue y opine después. Al fin y al cabo, la literatura no está únicamente al servicio del placer y los sentidos, sino que debe tener también una intención de denuncia o de crítica”. No obstante, por muy al margen que se sitúe, y aparentemente lo hace, no deja de ser él quien crea los personajes y plantea las situaciones y ni los unos ni las otras están suficientemente desnudos. Por ejemplo, la enfermedad de uno de los padres (aún dejo algo de intriga) es una opción que sesga el debate y aporta un matiz innecesario. Tan al margen se sitúa que no dice el nombre, no sé si por ser políticamente correcto o por no tener que profundizar en ella. Para mi tiene grandes semejanzas con el síndrome que padecía Glenn Gould (obsesivo como él era) -yo tampoco lo menciono-.

    Me  llamó la atención la mención de numerosas películas que sirven de pretexto  para presentar conflictos como el sexismo (Match point), el racismo (Adivina quién viene esta noche) y la xenofobia (Deliverance, Perros de paja).

    ¿Y el final...? Esto es mejor comentarlo con quien ya pasó por el libro. A fin de cuentas es este un blog para invitar a la lectura.




* http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/3169/Herman_Koch-_Me_gusta_plantear_debates_morales_a_mis_lectores

** http://www.rnw.nl/espanol/video/herman-koch-o-los-dilemas-de-la-vida








jueves, 30 de agosto de 2012

El Señor de las moscas de William Golding



EL SEÑOR DE LAS MOSCAS
de William Golding
Alianza Editorial


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Hay muchas maneras de llegar a los libros, una de ellas es dejarse llevar por ellos. Así desde Nada de Janne Teller me precipité a El señor de las moscas, libro que, francamente, nunca pensé que releería. Pero la pulsión era muy fuerte y volví para ver las diferencias porque estaba convencida de que en absoluto trataban de lo mismo. Empecé a leerlo y, en breve, estas me importaron bien poco, la novela me absorbió.
       William Golding (1911-1993) fue un inglés, hijo de padres instruidos y progresistas, que iba para ciencias, acabó estudiando literatura y quiso ser poeta (sólo publicó un primer libro de poemas del que, posteriormente, no quiso saber nada). Durante la Segunda Guerra Mundial ingresó en la Royal Navy y fue testigo directo, entre otras cosas, del desembarco de Normandía. Amó el teatro, escribió una obra y, en su juventud, trabajó alguna vez como actor. También fue Premio Nobel y profesor de literatura.
       El señor de las moscas se abre (tiene mucho de teatral) con un buen chaval muy agraciado, Ralph, y uno gordito y con gafas, Piggy. Por ellos deducimos que hay un montón de niños en lo que, aparentemente, es una isla. Todos chicos ingleses, no hay chicas. Entre ambos cogen una gran caracola que, a partir de ahí, servirá primero para congregarlos, después para tomar la palabra. A la llamada de la caracola, van acudiendo los demás, de todos las edades (los mayores entorno a los 12 años), hasta la llegada del coro. Pero no es el recapitulador y didáctico coro griego, es un coro de iglesia que conserva sus negras capas y su obediencia (de la fe o de dioses no se habla en el libro). Presentados y presentes todos, comienza la lucha por el liderazgo entre Ralph y el jefe del coro, Jack. Piggy, quien simboliza el entendimiento y es más a menudo ridiculizado, intenta hacerse oír en cada enfrentamiento. No es tarea fácil, pues Ralph y Jack, se temen y establecen una tácita alianza.
       Se dictan reglas, ellos quieren muuuuchas reglas, y varios objetivos: salir de la isla, y para ello mantener encendido un fuego, habilitar unos refugios para protegerse y conseguir comida. Pero la vida en el paraíso, con el paso del tiempo, no es tan divertida. Por un lado, unos empiezan a echar de menos el calor del hogar, ropa limpia, afecto, por otro surge el instinto de la caza con su alegría salvaje. Ya no se trata de La isla del tesoro. Las buenas costumbres se van perdiendo y el placer del poder, intensificado por el instinto del cazador, les va separando cada vez más brutalmente.
      El miedo entre la mayoría crece. Simón, personaje sensible, soñador y tímido, lo entiende y reconoce su forma, mas no sabe transmitir lo que la razón no sabe explicar. Las contradicciones crecen, el equilibrio inestable, se rompe. Algunos van abandonando las normas de convivencia, se dan cuenta de que ya no necesitan inventar una excusa. Los acontecimientos se precipitan.
       Se trata de una estupenda obra, llena de simbolismo, que se puede interpretar más o menos profundamente, pero que está al alcance de cualquier buen o buena lector o lectora. Golding era inglés y en varias ocasiones incide en la nacionalidad de los chicos. También la colonizadora Gran Bretaña era y es una isla con sus líderes enfrentados y la razón ausente (no obstante, visto lo visto, trasciende fechas y paises). Está llena de detalles. Por ejemplo, no deja de ser paradójico que para encender el fuego, necesario para cocinar los jabalíes o para encender la hoguera cuyo humo les permitiría ser localizados y rescatados, sean fundamentales las gafas del sabio y vilipendiado Piggy. Hay muchos más, pero mejor descubrirlos con su lectura. 

martes, 28 de agosto de 2012

El angel impuro de Henning Mankell

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                                              EL ÁNGEL IMPURO                                              de Henning Mankell                                                Editorial Tusquets
Cuenta Mankell que "a comienzos del siglo XX sucedió un hecho extraño en el continente africano. Apareció una mujer sueca, como salida de la nada, y quedó constancia de ella como dueña del burdel más grande de la capital de la colonia portuguesa de Mozambique. Años después, esa mujer desapareció sin dejar rastro. A partir de lo poco que se sabe de ella he escrito este libro, aportando el contexto histórico. La he descrito tal y como yo la veo, en una época en que no podía cuestionarse el colonialismo ni la superioridad de la raza blanca, y menos aún vencerlos. Una época, asimismo, en que la suerte que corría una mujer durante su vida —sobre todo si era una mujer negra— era un auténtico infierno. En el burdel se enfrentan el poder y la impotencia; allí la pasión es una mercancía. Pero también es un lugar donde las vidas se entrelazan, y que me ha inspirado una historia como ninguna otra de las que he llegado a escribir".
      Partiendo de un diario encontrado en un antiguo y lujoso hotel ocupado por africanos pobres, Mankell nos traslada a la Suecia de finales del XIX, principios del XX. De allí parte Hanna Renström, en un incierto viaje, huyendo del frío y el hambre, y dejando atrás a un padre recién fallecido que diariamente cerraba las grietas de su hogar, una madre que dedicaba el corto verano a juntar leña para el largo invierno y dos hermanos que, diariamente, caldeaban el lecho común. Parte sola y sin mejor perspectiva que servir en la ciudad. El azar la conduce a un barco camino de Australia.
      En principio no se trata de una novela negra (¿o sí?). Mankell nos lleva hasta África, donde la protagonista desembarca huyendo del dolor que le supone su segunda pérdida. Vendrán otras. Los paisajes y las reflexiones breves y precisas de Hanna, en boca del narrador, pintan una tierra y una historia que avanzan a la par. Del frío inmovilizador hemos llegado al calor bochornoso. De una mirada sorprendida y nostálgica, pasamos a una voz digna, pero perpleja por lo que ve, siente y vive. Nada más distinto que el despoblado Norte y el caluroso Beira, puerto donde los portugueses y demás blancos, someten y desprecian a sus pobladores originales, negros. El odio y la desconfianza se respiran a través de los ojos de Hanna, que va cambiando su nombre a medida que va cambiando su posición y su punto de vista, según va conociendo y conviviendo con el  tramposo, embaucador y cruel colonizador o con el desconfiado, indefenso y misterioso colonizado.
      Sin folclorismos, ni falsas descripciones pseudoantropológicas, la concepción de los pobladores de Mozambique, su extrañeza, su ajenidad y su  mágica visión de la necesidad van calando en Ana, en su corazón, en su piel, quién sabe si por el deseo de redimirse o por el de olvidar una sociedad a la que se supone pertenece, pero de la que ya no puede participar. Es sutil la manera en que lo inverosímil se torna, no solo plausible, sino inevitablemente deseable.