jueves, 6 de septiembre de 2012

La cena de Herman Koch


La cena
de Herman Koch
Editorial Salamandra



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Cuando, libro en ristre, te dispones a leer La cena, de antemano sabes el dilema que va a plantear. Solo hay que leer la primera frase de la contraportada: ¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? A la madre, omisión muy extendida,  no la mencionan, pero está muy presente en la novela y sus actos y actitudes no son banales en absoluto.

    El autor, holandés, actor y escritor, es un hombre de aspecto afable y relajado que pasa largas temporadas en España y que, basándose en unos hechos acaecidos en Barcelona hace unos años, escribe esta obra. Curiosamente, en la recién publicada Casa de verano con piscina, también parte de un hecho real, la acusación de violación contra Roman Polanski, y comenta, entre bromas, cuán divertido sería, si se hiciese una película, que la dirigiera él*.

    La narración es ágil y eficiente y se desarrolla a lo largo de una cena con aperitivo y propina. La conduce el padre de uno de los chicos, Michel, y la progresión de su voz es el mayor acierto de la novela: arranca como un individuo curioso, obsesivo, escéptico, por el que al principio es fácil sentir cierta simpatía. Un monólogo ácido que nos anuncia el drama que se va a desarrollar a través de la nostalgia que ya siente por una familia feliz y que brilla, con su sentido del humor, a costa de su hermano, el político moderno y progresista.

    A medida que avanza (traquil@s, no voy a contar la novela) su discurso va apuntando más y más al de un fascista cotidiano. De la madre sabemos por él, y sus reacciones están a la altura del marido.  La violencia, contenida o no, se va haciendo cada vez más presente.

    Es difícil, muchas veces, comentar sin contar, mas es una putada hacerlo. Leer tiene mucho de descubrir, pararse, retornar a las páginas anteriores, avanzar... Junto a la pregunta principal, ¿qué son capaces los padres y madres de hacer por sus hijos?, aparecen otras. Colaterales, sí, aunque importantes. Por ejemplo, el aborto y la adopción. Dice Herman Boch en una entrevista**: “Me gusta mantenerme al margen. Yo sólo muestro y describo para que sea el lector el que juzgue y opine después. Al fin y al cabo, la literatura no está únicamente al servicio del placer y los sentidos, sino que debe tener también una intención de denuncia o de crítica”. No obstante, por muy al margen que se sitúe, y aparentemente lo hace, no deja de ser él quien crea los personajes y plantea las situaciones y ni los unos ni las otras están suficientemente desnudos. Por ejemplo, la enfermedad de uno de los padres (aún dejo algo de intriga) es una opción que sesga el debate y aporta un matiz innecesario. Tan al margen se sitúa que no dice el nombre, no sé si por ser políticamente correcto o por no tener que profundizar en ella. Para mi tiene grandes semejanzas con el síndrome que padecía Glenn Gould (obsesivo como él era) -yo tampoco lo menciono-.

    Me  llamó la atención la mención de numerosas películas que sirven de pretexto  para presentar conflictos como el sexismo (Match point), el racismo (Adivina quién viene esta noche) y la xenofobia (Deliverance, Perros de paja).

    ¿Y el final...? Esto es mejor comentarlo con quien ya pasó por el libro. A fin de cuentas es este un blog para invitar a la lectura.




* http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/3169/Herman_Koch-_Me_gusta_plantear_debates_morales_a_mis_lectores

** http://www.rnw.nl/espanol/video/herman-koch-o-los-dilemas-de-la-vida








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