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Es esta
una novela a la que no le falta de nada. Un contexto histórico bien
precisado, una documentada reconstrucción de la época que va desde
los olores a las revistas, pasando por cocina, cine, supersticiones,
etc., y amor, celos, mentiras, secretos, herencias, asesinatos,
desapariciones y violencia, contenida, explícita, imaginada,
sufrida, deseada... Y simbología, desde las protagonistas (la
Estonia ocupada y la Estonia exiliada a Siberia), a las moscas (el
miedo), la muerte (Aliide, la mayor de las dos mujeres, llevando una
guadaña cuando descubre a Zara, la joven), el amor platónico (Hans,
estonio, encerrado, colaborador de los alemanes y a la espera de la
llegada de los aliados). Tal vez demasiado.
Levanta
Sofi Oksanen un armazón literario que abarca desde finales de los 30
hasta 1992. La acción se desarrolla en Estonia, país que la autora
conoce, no solo por vecindad, sino porque su madre procede de allí y
comenta en sus entrevistas haber visitado a sus familiares en el
koljós. Nos cuenta que a su tía y a su prima les ocurrió algo
similar: vieron un bulto a lo lejos y al acercarse
observaron que se trataba de un hombre al que dieron cobijo, siendo
delatadas posteriormente por alguien que estaba mirando. También
tuvo acceso a informes de la KGB de los cuales incluye algunos
extractos, aproximados, al final.
Dos
mujeres se encuentran. La mayor Aliide ayuda a una joven que se
arrastra hacia su casa. Ambas tienen en común muchas cosas (mejor
descubrirlas mientras se lee), pero, sobre todo, tienen en común el
miedo y la vergüenza, ambos consecuencia de unas relaciones de poder
abusivas que requieren del sometimiento y la humillación de la
víctima. Esta violencia enlaza con su situación individual y con la
del país, que en este ámbito señala directamente a Rusia y sus
adláteres, durante y después de la Unión Soviética. Aliide es la
Estonia antigua, vejada y engañada por los rusos. Zara, nació en
el exilio de Vladivostok y, deslumbrada por las promesas de progreso en Europa, acaba, igualmente, explotada y anulada por dos chulos (de puta, sí)
rusos.
A lo
largo de la novela, que tuvo su germen en una obra de teatro de la
misma autora, se mezclan los tiempos, excepto en la segunda parte,
donde, con el mismo esquema (fecha, lugar y una frase breve que alude
a lo que pasa o deja de pasar -por ejemplo, Hans no le pega a
Aliide-) la historia se va desgranando cronológicamente, sin saltos
a 1991 o 1992. La última o quinta cierra los flecos argumentales que
quedaban colgando y, de alguna manera, con la inserción de los
informes, abre nuevos interrogantes sobre las distintas motivaciones
que unían a las personas.
Un
trabajo intenso, bien estructurado, mas, se le ven
mucho unas estructuras que, si bien sostienen la novela, dejan a los
personajes planos. Una narrativa en tercera persona, rica en
adjetivación y en metáforas que deja a los personajes principales,
sobre todo a Aliide, sin una voz propia, sin apenas evolución. Es la
misma Aliide en el 36 que en el 92, aunque sus actos cambien. La
imaginación del lector puede buscar sus motivaciones, pero es en
base al constructo de la novela, no a esa percepción que transmite
un personaje que te confunde o te guía en sus emociones o en sus
contradicciones. Probablemente en teatro, eso quede resuelto con unas
buenas actrices, ya que indudablemente la obra tiene muchos aciertos, pero también demasiadas cosas: a veces es mejor renunciar a tantas
ocurrencias o meterse de lleno en un novela más larga.
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